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La década de 1970 ofrece lecciones desdichadas para los legisladores de todas partes del mundo.
Mundo17 de octubre de 2022
El ahora desmantelado “dth-nul-energihus” en los suburbios de Copenhague ofrece la visión de un futuro que nunca sucedió. Construido durante la crisis del petróleo de 1973 por la Universidad Técnica de Dinamarca, este edificio blanco y achaparrado -que consta de dos salas divididas por una aurícula de cristal y cuyo techo está cubierto de paneles solares- fue uno de los primeros intentos de crear una casa cuyo consumo neto de energía fuera igual a cero.
El “nul-energihus” no llegó al “cero consumo energético” pero, de todas formas, sus estadísticas vitales eran impresionantes. Solo requería 2300 kilovatios-hora de energía al año, casi lo mismo que seis refrigeradores modernos. Su abundante aislamiento térmico y sistema de calefacción solar lo mantenían cálido incluso en los inviernos helados daneses. Cuando una familia se mudó a vivir ahí, las cosas se deterioraron un poco, señaló Marc Ó Riain, un profesor de Arquitectura en la Universidad Tecnológica de Munster. Se atascaron cabellos en el sistema de filtración, que reciclaba el calor de las aguas residuales, y los inquilinos tenían el hábito desafortunado de dejar las ventanas abiertas.
Sin embargo, estos problemas se pudieron haber superado. La casa no estaba tan lejos de estar lista para lanzarse a lo grande. En los años transcurridos desde entonces, científicos han demostrado que la inversión bien dirigida para la investigación y el desarrollo puede aumentar con rapidez la calidad y reducir los costos (por ejemplo, véanse las mejoras recientes en los autos eléctricos y los paneles solares). Entonces, ¿por qué no se concretó un futuro “solarpunk” de abundancia de energía limpia en los setenta? Y ahora que el mundo enfrenta otra crisis energética.
¿Qué lecciones se pueden aprender de este fracaso?
Los economistas creen que el progreso tecnológico es la fuerza que más impulsa el crecimiento. La pregunta clave es qué determina el rumbo de este progreso. En 1932, John Hicks, un economista, inició el debate sobre el “cambio técnico dirigido” cuando teorizó en su libro “The Theory of Wages” que elevar el precio de un factor determinado de la producción -a mano de obra, en su ejemplo- generaría innovación para reducir su costo. En el siglo anterior a la publicación de su libro, los salarios habían subido de manera constante, lo que les dio a los empleadores un incentivo para invertir en tecnologías que ahorraran mano de obra en lugar de las que ahorraban capital. Bajo esta lógica, un repunte de los precios de los combustibles fósiles debería ayudar a acelerar la descarbonización.
Sin embargo, este tipo de crecimiento ecológico no es inevitable. Daron Acemoglu del Instituto Tecnológico de Massachusetts ha señalado que el gasto en investigación se puede dirigir, ya sea a sustitutos limpios (como la energía solar) o a complementos de tecnologías contaminantes (como motores más eficientes). Para una empresa, la decisión de a dónde dirigir los fondos depende de las fuerzas, a veces opuestas, del precio y el tamaño del mercado. Una crisis petrolera, que eleva el precio del combustible, hace que las tecnologías verdes como la energía solar sean más atractivas. Pero el uso tan generalizado de hidrocarburos podría hacer más rentables las inversiones en la eficiencia de combustibles fósiles, lo que se conoce como tecnología gris.
El precio del combustible es de lo que más aumentó en todo el mundo. (Foto: AFP)
A grandes rasgos, eso fue lo que sucedió en la década de 1970. Aunque se gastó algo de dinero en proyectos como la casa de cero consumo energético y en el mercado de los recursos renovables embrionarios, se destinó mucho más a la tecnología gris. La investigación de Valerie Ramey de la Universidad de California, campus San Diego, y Daniel Vine de la Reserva Federal muestra que la principal manera en que las crisis del petróleo han afectado a la economía estadounidense a lo largo de la historia ha sido al motivar a los consumidores a comprar vehículos de bajo consumo de combustible. La economía de un típico auto estadounidense mejoró de 5,3 kilómetros por litro en 1975 a 8,4 kilómetros por litro en 1980.
En lugar de embolsarse los ahorros que ofrecían los autos ahorradores de combustible, los estadounidenses optaron por comprar vehículos aún más grandes y en mayores cantidades. Por lo tanto, el impacto a largo plazo de la crisis petrolera no fue acabar con la cultura del automóvil en el país, sino acuñar aún más profundamente el motor de combustión en la vida estadounidense. Para mediados de los ochenta, el consumo de petróleo era más elevado que una década antes, aunque muchas de las centrales eléctricas del país habían cambiado a gas natural.
Los economistas ambientales llaman a este fenómeno -en el que las medidas para ahorrar combustible incrementan la demanda de manera incorrecta- el “efecto rebote”. Sucedió algo similar en el sector de la vivienda danesa. Un mejor aislamiento térmico mejoró su eficiencia energética; como resultado, las casas se ampliaron y los propietarios se acostumbraron más a las altas temperaturas. Por ejemplo, se volvió común vestir camisetas en interiores durante el invierno. Según las estadísticas oficiales, el consumo total de energía no ha cambiado durante las últimas tres décadas.
Acemoglu arguye que hay una “rigidez institucional” en los avances tecnológicos. La eficiencia energética puede dificultar que otras tecnologías compitan. Una casa con buen aislamiento térmico y un calentador de gas de última generación usa menos combustible. Pero eso vuelve menos atractiva la inversión inicial en una bomba de calor eléctrica. Si la industria de Europa logra mantener su producción este invierno consumiendo menos gas, en el futuro, podría tener menos incentivos para hacer la transición a métodos ecols.
Las diferencias en comparación con crisis energéticas previas ofrecen posibilidades de optimismo. Los modeladores económicos señalan la “elasticidad de la sustitución” como la medida crítica para determinar si los combustibles fósiles costosos aceleran la adopción de las tecnologías verdes o grises. Algo alentador es que esta elasticidad ha aumentado desde los años setenta. Hoy en día, un incremento de los precios debería motivar un mayor alejamiento de los combustibles fósiles que en el pasado, gracias a que las alternativas verdes están mucho más disponibles y son menos costosas.

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