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El Presidente anticipó que a partir del 10 de diciembre el Congreso “va a ser mucho mejor que el de ahora” y apuntó que el kirchnerismo es “una minoría ruidosa”.
Los puentes tendidos hacia un parlamentarismo de facto. ¿Por qué los mercados confían más que la oposición? ¿El éxito puede ser contraproducente?
Nacionales31 de julio de 2022Algunos ultra-kirchneristas empezaron a manifestar su desprecio visceral por Sergio Massa, cuya designación parece asignarles un lugar más o menos decorativo en las remotas periferias del poder. Gabriel Mariotto, dijo que -para él- sería mejor ir hacia un esquema parlamentario de gobierno. Llama la atención que no se haya dado cuenta: las figuras más importantes del poder administrativo han pasado a ser la presidenta del Senado y el presidente de la Cámara de Diputados. Nunca la manija estuvo tan lejos como ahora de la Casa Rosada, ni más más expuesta a las deliberaciones del Congreso.
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Más allá de lo que dure o el éxito que tenga, Sergio Massa no va a ser un ministro de Economía clásico. El modelo más gráfico para explicar puede sonar políticamente incorrecto, acaso alocado, pero indica una clarísima definición de roles. Así funciona, por ejemplo, Gran Bretaña:
Cristina Kirchner vendría a ser Elizabeth. Es el alma del Frente de Todos. Su opinión pesa, incluso define, pero no tendría el consenso para gobernar.
Tras la destreza desplegada en los acuerdos parlamentarios con la oposición -mientras el kirchnerismo partía el oficialismo- Massa queda parado como una especie de primer ministro con amplísimos poderes sobre las cuentas públicas. Le encantaría ser comparado con Winston Churchill, pero deberá tener paciencia y trabajar mucho para eso.
¿Y Alberto Fernández? Le toca el papel de Guillermo, el rey consorte. Aunque, más bien, sigue vivito y coleando con los atributos formales del poder en su ya súper famosa lapicera.
Por su perfil, sus antecedentes y sus lazos político-ideológicos y económicos, Massa es el oficialista más parecido a los opositores. Conoce hasta familiarmente a los principales referentes de Juntos por el Cambio y con algunos de ellos compartió planes y ensueños, como el radical jujeño Gerardo Morales y los PRO más colombófilos, representados por Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal. Nadie de ese lado de la grieta se quejó en público de su designación. Muchos la festejaron en privado. Ni los halcones descalifican a Massa: sólo dan por hecho que CFK le va a cortar las alas ni bien las quiera desplegar.
La reacción de lo que llamamos “mercados” parece milagrosa. Los lazos massistas con el establishment local e internacional son conocidos, aunque no lo eran hasta estos días los resultados concretos a partir de su sola confirmación en el nuevo cargo XXL que se le está asignando. Dólar, bonos y riesgo país estarían acompañando un pretendido proceso de “pacificación”. Está por verse si desembocará en tiempos de confianza y planificación.
¿Se trata de un “giro a la derecha”? No necesariamente. O depende de lo que se entienda por semejante entelequia. Massa puede ser asociado tanto al menem-cavallismo de los 90 como al duhalde-kirchner-lavagnismo de los inicios de este siglo. Ambos procesos requirieron centralización del mando económico, shock antinflacionario, sujeción del dólar y, sobre todo, un amplio pero firme respaldo parlamentario.
Para marcar una diferencia con aquellos procesos -que podría ser muy auspiciosa, pero quién sabe-, ambos vinieron después de crisis institucionales y rupturas del ritmo constitucional, en medio de estallidos sociales y la economía clínicamente muerta. Hoy, si bien esos peligros están latentes, la propia economía quiere mostrar signos de recuperación post pandemia. Y hay un sistema político vigente, lo cual, pese a cualquier crítica justificada o extrema, funciona como dique de contención a distintos niveles de desbordes.
Cuidado con la metáfora de Churchill. Implica “sangre, sudor y lágrimas” y puede desembocar en triunfos importantes, aunque no necesariamente electorales. Suele ser muy ingrata la puerta de la historia, pero mucho peor es la intrascendencia.
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